Bartolomé José Gallardo
 
 









 
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bartolome jose gallardo, poeta
Juan Marqués Merchán, en su libro “Don Bartolomé José Gallardo. Noticia de su Vida” publicado en Madrid en 1921, dentro de su línea elogiosa, no carente de crítica, pero sí fruto de la profunda admiración que profesaba a nuestro personaje, dedica un capítulo del libro  (págs. 361 y ss) a glosar las características de B.J. Gallardo como poeta.


POETA 

Fue castizo, soberamente castizo, en sus decires rítmicos; carecía de la alta idealidad del verdadero poeta; su imaginación no era profusa y exuberante con exceso: lejos de encumbrarse a universalidades abstractas, a preclaras regiones de un arte natural sublime e irisdicente, gustaba de abatirse a su rincón sombrío, y deleitarse en encuadrar figulinas de mozas un tanto agrestes, en preciado marco de prístino sabor arcaico. Es la amada, la eterna novia del poeta, vista con la pompa de la juventud, por un alma cálida y ferviente en amores, la que inunda con el sin fin de hechizos de su cuerpo grácil,  las retozonas y apasionadas rimas de su edad primera. Entonces, todas las emociones de su temperamento impresionable, condensábalas a través del prisma de los moldes clásicos. Aún era un espíritu vigoroso y libre, que firme y confiado en la seguridad de su propio valer, ansiaba luchar derrumbando los férreos obstáculos puestos con intención dañina en su camino-que ante el impulso vital de su inexperiencia antojábansele  ridículos fantasmas-y asir la gloria con la mana trémulo y alborozado. 

Comparad las rimas de sus primeros años de desfogue literario, con las hermosas y cinceladas miniaturas auríferas, que recorta y pule en las lobregueces de una prisión. Quizá el influjo de las sensaciones tormentarias experimentadas en la mazmorra, o las fantasmagóricas imágenes que en implacable cohorte animan o deprimen en la multitud de las horas de ocio a los reclusos, ganosos de libertad y ubérrima vida, más ansiada por la muerte parcial que sobrellevan, o el sacudimiento interno de un futuro próximo presentido con raro afán u otra exotérica y febricitante causa, le arrojan en románticos devaneos. Pero esta nueva manifestación poética que convulsiona sus ideas no alcanza en él a enseñorearse por entero; el exceso de acoplamiento al habla clásica y castizo sabor de las producciones de nuestros siglos de oro, lenta y persistentemente se había adueñado de su personalismo literario, convirtiéndolo en un clásico donoso y madrigalesco. El desenfado de Alcázar la gentileza de Cetina parecían fundirse en sus canciones, que nunca imitaban servilmente a rimador alguno; un sello individual preciso y claro las caracterizaba y distinguía. 

El Gallardo romántico y soñador, choca con el Gallardo clásico de la mocedad, de imaginación entonces reseca por atiborramiento sobrado de lecturas eruditas; su animosidad calenturienta también calmada, dale cierta frialdad de criterio que le permite no exaltarse, y en las de un arrebatador romanticismo caer en extravío, y ayuntar las dos opuestas corrientes en amistoso consorcio, procreando un tercer Gallardo versificadar mixto, que a los intuitivos apasionamientos románticos, une resabios clásicos atemperadores. 

Este es el Gallardo de A Zelinda y Blanca Flor, prototipo del erudito  poeta tan peculiar en España, de ese erudito poeta que nunca traspasa el límite de precioso filigranista, por carecer al peso de su bagaje cominero de vuelos para remontarse a excelsitudes de idealidad y fantasía. Pero aparte de este vicio común, también contribuyó sobremanera a quitar fuerzas e inspiración a la labor poética de Gallardo, su visión pesimista de la vida, su pirronismo, su falta de fe, de sentimiento vivo en alguna cosa. 


EN “GALLARDO Y LA CRITICA DE SU TIEMPO”

Pedro Saínz y Rodriguez en su libro “Gallardo y la crítica de su tiempo”  (págs 156 y ss) se refiere a Gallardo como poeta de la siguiente manera:

La inspiración poética de Gallardo, como la de Durán y otros eruditos es, pudiéramos decir, de reflejo y arqueológica, pero así y todo hay momentos de verdadero acierto.

Manejaba Gallardo magistralmente nuestros antiguos metros cortos, flanqueando lastimosamente en  cuanto salía de ellos.

Los había estudiado mucho y agudamente señala en una carta sus características esenciales: “Para ser expresivo el lenguaje de nuestros versos cortos, debe ser muy elíptico, porque si no salen muy fofos, i aunque llenen de música el oído no llenan igualmente de sentido el alma. La razón de esto es que las vozes castellanas, si bien armónicas i numerosas, con esta ventaja traen el inconveniente de ser demasiado grandes (corazón, enamorado….,etc.); por consiguiente llenándo-se el verso con mui pocas palabras no corresponde el sentido a la espectazión del alma ni la fantasía”

En estos metros están sus mejores versos, que pueden dividirse en dos grupos: eróticos y burlescos.

No tenía Gallardo pretensiones de poeta y en muchas ocasiones lo dice; considerando sus versos como mero entretenimiento y diversión.

Casi todos ellos están llenos de reminiscencias de nuestros poetas del siglo de oro, principalmente Lope y Góngora, y, en los satíricos, Quevedo. También remeda habilísimamente nuestras antiguas tonadas y canciones populares. Véase el ejemplo de su manera burlesca en estos versos dedicados a una dama que le preguntaba cómo lo pasaba en la prisión:

Qué quieres saber sobre mí,
Dices, flor de las Marías,
Cómo entretengo los días
En este zaquizamí.

… … … … … … … … … … … … 

Voy á darte una por una
En dos razones la mía:
Oye: aquí es un soplo el día
Y la soledad ninguna.
Solo, menos desgraciado
Fuera,¡Juro por Apolo!
Porque, en fin, más vale solo
Que estar mal acompañado.
Pero tanta compañía
Me pica la retaguardia
Que me tienen en viva guardia
Uña en ristre noche y día.
No la multitud desciende
(Sí enemigos tan crueles)
De Zegríes ni Gomeles
Ni de los moros de Allende.
Sangre pura de Castilla
Les alimenta el coajar
De la casa de Pulgar
De los nobles de Chinchilla

Tiene poseías que recuerdan los romances de la primera manera de Góngora, como la que comienza:

Ausente en tierra ajena
Sin la luz de tus luceros,
Entre garamantas fieros
Arrastro dura cadena.
Y el alma en ti, bien que adoro,
Cantando engaño mis penas
Como al son de sus cadenas
El cautivo en grillos de oro.

Su obra maestra es, sin disputa, la bellísima poesía que tituñó “Blanca.Flor” (Canción Romántica). Aparte del interés que ofrece para la historia de nuestra poesía este calificativo de romántica en época tan temprana (1828), la composición es un acierto y no tiene una sola estrofa que decaiga.

Está maravillosamente imitado el lenguaje y a manera de nuestros antiguos romances y letrillas.

En 1823 Gallardo regresó a Cádiz al producirse la reacción absolutista. Al año siguiente marchó a Sevilla, donde fue detenido y encarcelado. Posteriormente fue desterrado a Chiclana y luego a Castro del Río. Durante su destierro escribió la mayor parte de su poesía.

A lo largo de su vida, y en especial en este período, compuso numerosas poesías, de carácter satírico o de tipo fundamentalmente lírico.

Entre las primeras sin duda por polémica, crítica con la monarquía y dura en sus valoraciones se encuentra la  titulada “El Panteón de El Escorial”

Su obra maestra  lírica es el poema, compuesto en 1828, titulado “Blanca Flor” (Canción romántica). La composición es un acierto  y puede considerarse la más féliz de sus composiciones. 
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